La llamada


Con una pena de muerte
maldigo injustamente
al tiempo que nos maltrató.
Ahora tú y yo somos otros
y todo es una frágil pavesa,
que regresa al viento
como esta vieja canción...

Ismael Serrano









Cuando levantó el teléfono y escucho su voz sintió en el estomago un punzón que le llegó hasta el alma, mezcla de complicidad y deseo, aquellas palabras las había venido esperado desde meses atrás  y sin embargo trató de disimular. La estática de la bocina producto de la lluvia hacía pensar una gran distancia. Tras  sólo un breve silencio ella se atrevió a hablar.

-Con tan sólo juzgar por la hora sabía que eras tú, qué haces llamando a las tres de la madrugada en jueves-

-Irremediablemente pensando en ti, aunque a estas alturas eso no es noticia, quizá prefieras escuchar que me he fugado de un hospital siquiátrico tan sólo para verte otra vez-

-No has cambiado nada en estos años, hasta podría asegurar que sigues enamorado de mi, pero dime qué haces llamando a esta hora-

-Ya te lo dije, pienso en ti y tratando de robarte el sueño por lo menos una noche ¿Está tu esposo o sería un exceso una escena de celos a destiempo por un desconocido?

La lluvia de la calle se colaba hasta la línea entrecortando de tanto en tanto sus voces, filtrando la humedad hasta sus corazones producto de la nostalgia de años atrás, sin embargo qué importaba si el tiempo los había alejado y hecho viejos, si en alguna parte de sus cuerpos sentían los mismos nervios y temblores  que en la adolescencia. Y aunque ahora eran unos desconocidos, bastaba con saberse cerca para comprender que el amor seguía intacto, irreductible debajo de las arrugas y las canas.

-No me digas que a estas alturas aún tienes celos, no hemos hablado en más de 20 años y lo primero que haces es un berrinche de niño herido, no sé si tomarlo como un halago o colgarte de una vez. Aunque estás de suerte, la empresa está en licitaciones y no volverá hasta mañana temprano, no creas que soy tan desfachatada como para hablar contigo mientras mi marido duerme a mi lado.

-Celos… no, aunque sí un poco de envida porque él duerme a  tu lado todas las noches y puede acurrucarse a tu cuerpo mientras la lluvia crepita en la ventanas. Yo nunca tendría celos de él y a juzgar por tu respuesta adivino que aun no le causo gracia, pero bien, lo entiendo, cualquier hombre se enojaría de saber que el corazón de la mujer que está a su lado le pertenece desde 28 años a otro. O me dirás que ya no piensas en mí cuando miras el mar de noche con un cielo lleno de estrellas.

Aun no lograba comprender qué hacia llamándola a esas horas, más que un impulso era un deseo contenido, él sabía mejor que nadie que escudriñar en el pasado siempre terminaba en tragedia o decepción. Porque a veces es mejor incinerar a los muertos y arrogar sus cenizas al mar que enterrarlos para en la memoria cruda del amor. No sabía qué hacía empapándome desde una caseta telefónica en una esquina pérdida de la ciudad, esperando. 

Había esperado tres meses desde que recibió la carta para atreverse a marcar y ahora que la tenía al otro lado del teléfono sólo una cosa pasaba su cabeza, deseaba correr hasta su casa y tomarla entre los brazos y amarla, una y otra vez hasta suplir los años de ausencia.

-¿Dónde estás?- preguntó ella- es tarde para que estés vagando por las calles, está lloviendo y debes de estar empapado, es mejor que cuelgues y dejes a un lado estas locuras de adolescente…

-La única locura que tengo de adolescente eres tú y ya estoy muy viejo para cambiar eso. Simplemente me hacía falta escuchar tu voz, no te asustes no pienso ir a robarte, al menos no esta noche. Cuándo podré verte, hay tantas cosas que quiero decirte y que no caben por la línea.

La lluvia había arreciado,  ella se acercó a la ventana  para tratar de tomar un poco de aire pero las gotas mojaron  su rostro disimulando sus lagrimas, quería abrazarlo, besarlo remendar las historias y retocar los viejos cuadros. Cuando menos  verlo de nuevo. Tenía miedo, temor de lo que pudiera pasar y de los giros que le tenía reservados la vida, ya que no iba ser el primero, pero sí el único en la dirección de él.

-Tendrás que pórtate bien para eso, por los últimos veinte años de abandono tienes muchas deudas por saldar- dijo en tono burlón- así que tendrás que esperar un poco, pero sobretodo prometerme que no harás nada de lo que nos arrepintamos después, ya no somos los mismos, aunque nos duela entenderlo, no hemos hecho viejos amiguito.

-Sólo hay de una cosa me arrepiento y creo que no es necesario que te diga cuál es. Pero yo nunca te he dejado sola, sabes que en cada silencio que hay entre nosotros siempre cabe un te amo, a veces largos y luego cortos. Yo nunca me he ido de ti y dudo que alguna vez lo haga de forma definitiva, eres mi más bello recuerdo y eso no va a cambie, sabes de sobra que siempre serás el mejor poema de mi vida- dijo antes de colgar y la estática llenará la línea.

Ella miro de nuevo a la ventana, las luces de la calle le parecieron más tristes que nunca y la oscuridad le hizo sentir un vacio en el alma, vio a un hombre de negro pasar  frente a su casa y por un momento imaginó que era él y quiso alzar la mano para despedirlo, pero se sintió ridícula de pensar tal cosa y cerró las cortinas y volvió a la cama para soñar con su voz y su recuerdo.

En la calle, él sonrió cuando pasó por su casa y vio su silueta por la ventana, estuvo a punto de levantar la mano  y sonreírle desde la banqueta, pero ella cerró  las cortinas y apagó la luz, así que subió a su carro y se alejó de aquel lugar en donde se sentía un extraño proveniente del limbo de los recuerdos y las catacumbas del corazón.

*Roberto Noguez Noguez

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