La soledad nunca pudo alcanzar sus pasos
Y aunque tú
no lo sepas, yo te he visto
cruzar la
puerta sin decir que no,
pedirme un
cenicero, curiosear los libros,
responder al
deseo de mis labios
con tus
labios de whisky,
seguir mis
pasos hasta el dormitorio...
Luis García Montero
La soledad
nunca pudo alcanzar sus pasos, ella reía, bailaba por las sucias calles, donde
los perros aúllan al amor sobre tristes baldosas cubiertas de agua y mugre. Sus
pasos nunca fueron los míos, sin embargo anduvimos juntos y nos besamos frente
a cines que han olvidado el tiempo. Las historias de los hombres siempre se pierden
en la memoria de los vivos, pero la suya sigue en los vasos de whisky que nunca bebimos.
Ella nunca
estuvo sola y como testigo tengo a la
ciudad, sus racimos de cemento donde me he perdido, donde mis pies han sembrado
flores con su nombre que ahora adornan entierros de otros amores. La soledad sólo
es un prefacio de la muerte que nos lleva a prolongar con caricias la vida un poco más, pero
ella no fue una caricia, ni el enjambre de besos -que me dejaron más sed y por
eso bebo- ella fue el estrujo violento
del alma, el zarpazo de vida con que bombea sangre el corazón.
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